Sevilla carece de muros donde los graffiteros puedan pintar libremente

Firma de Spleen

Firma del writer Spleen en un muro de Nervión

Rafa GONZALEZ DE LARA

Los graffitis, como tal, surgieron en el antiguo Imperio Romano. Eran pintadas o inscripciones que el pueblo hacía sobre paredes y columnas como vías de expresión alternativas. Muchas veces, los muros contaban las verdades que el poder no deseaba que salieran a la luz. Otras muchas, contenían meras ocurrencias.

Hoy en día, ocurre más de lo mismo, solo que desde mediados del siglo pasado se fue popularizando una herramienta que antes no existía: el aerosol de pintura. Con este artefacto han sido decorados o estropeados infinidad de espacios públicos y privados en incontables localidades. 

Fue a finales de los 60 en Filadelfia, Estados Unidos, donde el movimiento graffitero surgió como la subcultura urbana que hoy todos conocemos. Todo porque a un joven afroamericano, apodado Cornbread, se le ocurrió grafitear con firmas (tags) la ciudad para llamar la atención de una chica que le gustó. Pronto, y con ayuda de la prensa, la anécdota se convirtió en moda y se exportó a Nueva York, donde se masificó, dando pie a las famosas pintadas en trenes y asociándose a la cultura hip-hop.

El movimiento llegó a Madrid y Barcelona en los 80, y una década más tarde a Andalucía, donde Sevilla engendraría grandes nombres como Serranito o Ratón, y grupos como GAS. La capital andaluza siempre ha tenido el arte urbano presente. De ahí los asombrosos murales de la estación de autobuses, el Polígono San Pablo, la ribera del río…

Riñendo con la ley
Ahora bien, se sabe que a las subculturas les gusta jugar con lo prohibido, con la transgresión. Si giraran en torno a aficiones populares y normales no se llamarían subculturas, sino culturas. Y las leyes las hacen las mayorías. A esto se suma el hecho de que el arte urbano requiere de grandes espacios, y cuanto más visibles mejor. Los muros son finitos; su estética, subjetiva; y su propiedad, privada o de todos, pero nunca de nadie.

Ahora bien, ser una actividad proclive por naturaleza a reñir con la legalidad no quiere decir que no se rija por normas internas. Spleen, graffitero sevillano desde hace 10 años, habla de un código de conducta que todos los writers conocen y casi todos respetan: “No se aprueba pintar antigüedades, edificios históricos, monumentos,  ni vehículos  personales”. Sin embargo, si está bien visto pintar vehículos de empresas o del Estado.

Por otro lado, ese mismo código también dicta que un graffitero no pise a otro sin justificación: “Si vas a hacer una pieza encima de la que haya hecho otro escritor, para que lo tuyo esté permitido tienes que pisar con un estilo y obra más compleja y elaborada”, asegura Spleen. Sin embargo, otro graffitero sevillano –que prefiere mantenerse en el anonimato-  recuerda que no todo el mundo entiende de la misma forma las reglas: “Si la lías te puedes topar con gente a la que no le mole nada y acabar mal”.

Al ser preguntados por sitios donde pintar de manera legal en Sevilla, los dos entrevistados niegan conocer la existencia de algún lugar destinado ello: “Por muchos años, únicamente era legal pintar en la zona del río que abarca desde las cercanías del Parque de El Alamillo hasta los muros colindantes a la zona del bar Capote. Pero hace ya años que se retiró el permiso. De manera que no hay lugar legal en el que un graffitero pueda expresar lo que hace, más allá de los concursos que puedan surgir a lo largo del año por parte de alguna concejalía”, afirma Spleen.

Teniendo en cuenta la máxima expuesta por la fuente anónima: “Al final los graffiteros solo quieren pintar y pasárselo bien, dejar marca y crear asombro”, es una pena que no hallar lugar legal en el que un graffitero pueda expresar lo que hace, más allá de los pocos concursos que organiza el Ayuntamiento. 

Aunque todo sea dicho, los concursos públicos pueden entrañar proyectos mucho más ambiciosos que las iniciativas particulares espontáneas. Un ejemplo de esto serán los 15 murales de 15 metros que ya se pintan en la calle Tarfia de Sevilla en conmemoración por el  500 aniversario de la primera vuelta al mundo de Magallanes y Elcano. Al frente de este evento está la artista italiana Alexandra del Bene, que previsiblemente entrará en el Libro Guiness de los Récords por las enormes dimensiones de semejante ‘monumento’.

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